En el marco del Día Mundial contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia, El Walkman dialogó con Fernando Alegre, director y dramaturgo de Piel de encaje, un musical drag de tango que celebra la diversidad afectiva y desafía los mandatos de género desde la sensibilidad más pura. La obra, protagonizada por Pacha Paglieri, llega por primera vez a Buenos Aires con estreno el 5 de julio en La Gloria Teatral.
En esta entrevista, Fernando abre el corazón para hablar del origen personal de la obra, del proceso de creación con Pacha y del poder del arte como espacio de resistencia. Una conversación íntima, honesta y profundamente emotiva sobre amor, identidad, memoria y supervivencia.

Del desamor al escenario: una historia hecha de historias
–¿Cómo nació «Piel de encaje»? ¿Qué fue lo primero que te disparó la necesidad de contar esta historia?
–Inicialmente «Piel de encaje» nace de un desamor, es una historia de amor. Después fue deviniendo, quizás, en múltiples historias de amor. A medida que fue avanzando el texto y el material, a medida que avanzaba la búsqueda de darle una forma más elaborada, esa historia de amor me llevó a otra, y a otra. Eso me hizo darme cuenta, después, que, en definitiva, estaba hablando de distintos momentos de mi vida y de distintas formas de construcción singular que tuve yo con seres a lo largo del tiempo.
Y cómo el entorno, lo social, los mandatos, mi propia mirada, el superyó… cómo todo fue alterando esa mirada sobre mí mismo, sobre mi identidad y sobre mis construcciones vinculares y sexo afectivas.
–¿Cómo fue ese trabajo con Pacha en la construcción del personaje y del universo de la obra?
–Cuando concebí el material, era una historia de amor de un personaje que no era drag. En el camino descubrí que el personaje se constituía con una máscara, de alguna manera, y que ella, a su vez, estaba íntimamente relacionada, quizás, con lo teatral.
Lo teatral, quizás, desde el punto de vista del drag como aquel que se enmascara con un personaje o que constituye un personaje para poder mostrar algo de lo que es, de lo que también es.
Así nace Piel de encaje como personaje. En realidad, Hipocampo es el personaje, y Piel de encaje es a quien vemos en escena. Hipocampo es el lugar del cerebro donde se alojan las memorias. De alguna manera, su nombre lo connota o lo configura.
Teníamos ganas, con Pacha –que venía de trabajar en Piaf, con dos temporadas muy exitosas–, y yo venía también de escribir comedias musicales, de trabajar juntos en algo mas. Me pareció interesante imbricar el universo del teatro musical (más que el de la comedia musical) con el teatro de texto y con este teatro no convencional, con una mirada más alternativa de representación.
Entonces apareció la posibilidad de hacer una propuesta de teatro musical, pensando qué música representa a Piel de encaje, y coincidimos con Pacha en que el tango era la música que podía constituirla de la mejor manera. Porque, en definitiva, el tango también habla del amor y del desamor.
Tangos sin género: la música como memoria
–¿Qué representa el drag en la obra y cómo dialoga con el tango , un género históricamente cargado de estereotipos de género?
–Investigamos más o menos 100 tangos. Yo fui buscando tangos que tuviesen que ver con los temas, con los tópicos por los que pasa la obra: el amor, la memoria, el desencuentro, el desengaño y el tiempo. Hay un factor determinante que es el tiempo, que está ligado directamente a la memoria.
En esa búsqueda, el gran desafío para mí era encontrar tangos, primero, algunos desconocidos y que no cayeran precisamente en los estereotipos de construcción vincular que los tangos más conocidos representan y reproducen, sino en otros donde era todo mucho más abierto.
La historia no tenía género. Y, en esa búsqueda de tangos, elegí los que no hablan de un género en particular, sino que hablan de un tipo de construcción, de una forma de construcción vincular.
No es el macho que quiere a la mina, o la mina que abandona al macho. No. Hablan de otras cosas. Hablan del tiempo, de la memoria, del tiempo como un fantasma que recorre el presente y que aparece como una memoria de lo que fue.
Fui descubriendo y encontrando algunos tangos del 40, del 30, del 50, no tan conocidos, que me resonaban en la historia. Y parecían ser parte del texto, como si hubiesen sido escritos para la obra. Encajaban y acompañaban de una forma totalmente orgánica. Me encantó eso. Fue un descubrimiento hermoso.
Todas somos ese personaje
–¿Qué emociones buscaste activar en el espectador al escribir la obra? Y, a su vez, ¿cómo te atraviesan a vos los tópicos de la obra?
–Algo que a mí me interesaba era, primero, lograr una identificación con los espectadores. Que pudiera existir la posibilidad de que la historia que estaban viendo podía ser su historia. Eso es lo primero que me interesaba: que se sientan atravesados por la historia, por los relatos. Y en algún momento de la obra te das cuenta –o te vas dando cuenta–, y creo que eso es el mayor logro de la obra, que sí: que, si bien ves a un personaje drag que se va destituyendo de su máscara, todas somos ese personaje.
Todas pasamos por esos lugares. Todas pasamos por ese desamor, por ese amor no correspondido o por esa mirada que nos subyugó. Por ese amor que no fue por la norma, por la norma que nos condiciona, no porque no quisiéramos, sino porque sentíamos que no podíamos. Porque la mirada del afuera era demasiado opresiva y no permitía que aquello que estaba adentro nuestro saliera.
En definitiva, creo que el mayor mérito –desde mi punto de vista como dramaturgo y como director– fue que las personas que vieran la obra se identificaran más allá de su género y de su conexión afectiva. Eso creo que es lo más valioso: conmover y llevar a la reflexión.
Hay algo que tiene que ver con mi propia militancia, y es esto de haber sentido durante muchos años que no me correspondían muchas cosas. Vivenciar o vivir cosas que sí le correspondían a las personas “normales”, con muchas comillas.
Yo crecí sintiendo que no era “normal”, entonces que tampoco mi amor era normal. Ni mis elecciones amorosas, ni mis vínculos eran normales. Que no eran sanos. Y en medio de todo eso también estaban los condicionamientos sociales y los mandatos con los que yo me crié.
No fuimos sujetos de derecho hasta el año 2010. No teníamos derecho, por ejemplo, a enamorarnos, a casarnos. Incluso antes de eso éramos consideradas personas “enfermas”. Viví todo eso con mucho dolor, con mucha tristeza. Piel de encaje muestra todo eso. Es una obra muy descarnada. Mucha gente decía: “Bueno, es un melodrama hermoso”, y yo decía: “Sí, hay algo de eso. Es un melodrama hermoso y también doloroso, porque hay una reflexión que propongo”.
Que le llegue al otro el entender que eso es lo que hemos vivido muchas personas de mi generación hacia atrás. Y que eso también es lo que hay que proteger de acá en adelante.
Nuestra tarea también es proteger a las infancias, proteger el universo de la construcción de las subjetividades, de lo amoroso. La gentileza, más allá de lo sexoafectivo, es lo que nos tiene que construir como personas, más allá de cuál sea tu elección o tu identidad de género. No puede ser que eso nos determine. Y, sin embargo, hemos crecido condicionalísimos.
Yo me enamoré. Me enamoré de gente, de personas, de seres. Me pasaron cosas que trascienden la genitalidad, que trascienden lo que tenemos entre las piernas. Y yo entendí, desde muy chico, que lo que tenía entre las piernas no me determinaba.
Todo eso estuvo ahí, y me doy cuenta de que también me condicionó, de alguna manera, en las formas en que construí mis vínculos. Primero conmigo, y después con el entorno. Porque el primer vínculo que construís es con vos.
La resistencia es colectiva
–¿Sentís que el teatro sigue siendo un espacio de resistencia en estos tiempos atravesados por discursos de odio?
–Para mí, sin duda, el teatro –así como cualquier disciplina artística– sigue siendo un espacio de resistencia y de reflexión posible. Creo que hoy, más que nunca, no hay que temerle a los discursos de odio, porque van a estar siempre.
Los que nos criamos en los noventa, o en la propia dictadura, crecimos con ella. Incluso llegamos a dudar de nuestra propia identidad. Crecimos resistiendo al autoritarismo, crecimos resistiendo a violencias que no eran solamente extrafamiliares, sino también intrafamiliares.
En las escuelas, nuestras maestras, nuestros maestros… los gestos que hacíamos, las actitudes que teníamos… nos decían lo que podíamos o no podíamos decir, lo que podíamos leer, lo que no. Lo que se podía contar, lo que no.
Yo cuando más “caí preso” en mi vida fue entre los dieciséis y los diecinueve años. Y vos decís: ¿pero cómo puede ser eso, si estábamos en democracia? Sí, estábamos en democracia, pero los edictos policiales seguían existiendo.
El teatro que yo hago da cuenta de todos estos lugares. Y personajes como Piel de encaje han pasado por todas esas vivencias. Han resistido. Han sobrevivido.
–Si tuvieras que dedicarle una frase a este 17 de mayo, ¿cuál sería? ¿Qué mensaje te gustaría que Piel de encaje deje resonando ahora que llega a Buenos Aires?
–Yo creo que el amor es lo que motoriza al mundo. Cuando me preguntan ¿Qué es el amor?, pienso que es el motor universal. De ahí se gesta todo. Entendí, a lo largo del tiempo –sobre todo escribiendo, pintando y dando clases desde hace 30 años–, que el amor es lo que nos motoriza. El amor, la gentileza, la acción cooperativa, lo colectivo… eso es lo que nos motoriza. Y eso es lo que nos hace resistir. La resistencia es colectiva. No quiero caer en la frase común “nadie se salva solo”, pero es así: nadie se salva solo.
Y yo estoy convencido de que el amor es lo que mueve el mundo. Cada gesto de amor que recibí en mi vida es lo que a mí me permitió sobrevivir. Es lo que nos permite desarrollar la resiliencia.
La mano tendida, el gesto, la mirada… eso es amor. Me doy cuenta de que yo sobreviví gracias a una mano tendida, a una mirada, a un pequeño gesto. Eso me dio la sorpresa de que había alguien a quien le importaba lo que me pasaba como persona. Más allá de lo que yo tenía entre las piernas, de cuál era mi aspecto, de cuáles eran mis elecciones sexoafectivas o amorosas. Se preocupaba por mí como persona. Y creo que eso es lo que nos falta: ser más humanos, más gentiles. Que haya más amor. Amor por la otra persona.
–¿Con qué se va a encontrar la gente el 5 de julio al entrar a ver Piel de encaje?
–Se va a encontrar con una obra que es única, porque no existe un musical drag de tango. No hay en el mundo. Se va a encontrar con un intérprete maravilloso, que es Pacha Paglieri, que encarna a esta drag, Piel de encaje, de una forma formidable, con una voz excepcional.
Se va a encontrar con una obra de arte. Bella, potente, transformadora y para disfrutar. Para disfrutar con amigos, con compañeres, o en soledad. Para disfrutar y para sentirse abrazados por la palabra y por la música.
“Piel de encaje” es una invitación a mirar con el corazón. A través del tango, del dolor, del recuerdo y del deseo, esta obra levanta la voz por quienes fueron silenciados, abrazando con arte las memorias que aún duelen y las que nos permiten seguir.
En un presente donde los discursos de odio amenazan con retrocesos, este musical drag se planta como un canto de amor, de lucha y de ternura. Desde el 5 de julio en La Gloria Teatral, Fernando Alegre y Pacha Paglieri nos esperan para abrir las puertas de un universo tan descarnado como necesario. Y al salir, quizás, algo en nosotres también haya cambiado.
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