¿Qué queda del amor cuando no queda sueño? ¿Cómo se sostiene una pareja cuando la casa parece hundirse bajo la marea del puerperio? En «Entre tus siestas», el cuerpo es lenguaje y campo de batalla: una comedia de teatro físico donde las risas no llegan solas, vienen cargadas de agotamiento, deseo, culpa y ternura.
La obra, escrita por Brenda Howlin, propone una inmersión casi acuática en la vida cotidiana de una pareja reciente: padre y madre primerizos, abrumados por un amor desbordante y por todo lo que se rompe para sostenerlo. Una pieza que no moraliza ni victimiza, sino que empuja al movimiento, al ritmo, a la coreografía de la sobrevivencia.
El elenco se completa con Débora Zanolli y Martín Tecchi, acompañados por las voces en off de Dalia Gutmann, Mónica Raiola y Mario Howlin. La dirección, compartida entre la propia Howlin, Flor Micha y Santiago Swi, apuesta por el lenguaje físico como vía poética y política.
Premiada en Argentina y en España, y recientemente declarada de interés social por la Legislatura Porteña, Entre tus siestas es una obra valiente, incómoda y profundamente conmovedora que puede verse los domingos a las 17:00 hs en El Camarín de las Musas – Mario Bravo 960 CABA -.
Para conocer más acerca de esta historia, desde El Walkman charlamos con Brenda Howlin. Enterate de todo lo que nos contó en esta nota.
—¿Cómo nace Entre tus siestas?
La verdad es que esta obra surge de una crisis personal. Desde que fui mamá, empecé a desarrollar proyectos muy vinculados a la maternidad. Con mi primera hija viví un quiebre, un momento bisagra. Me encontré con una serie de crisis inesperadas, porque tenía una imagen bastante edulcorada de la maternidad… y descubrí que no era tan así.
A partir de eso, con una colega cineasta desarrollamos un documental que se llamó «Años cortos, días eternos«, y ahí empecé a investigar profundamente todo lo que atraviesan las mujeres cuando se convierten en madres. Especialmente el puerperio. Me metí en ese universo que hasta entonces no conocía: los grupos de crianza, los relatos, las emociones contradictorias, los mandatos.
Después hicimos una serie que se llama «No sé cómo volver«, pero nunca había abordado todo ese mundo desde el teatro. Y mucho menos desde el humor, que es algo que me interesa y me atraviesa desde siempre. Durante la pandemia tuve a mi segundo hijo, y la crisis fue aún más profunda que la primera. La manera que encontré para salir adelante fue escribiendo. Y escribiendo con humor. Así empezó a tomar forma Entre tus siestas.
Por supuesto, no surgió de la nada: todo ese recorrido previo, los proyectos que hice, las investigaciones, las mujeres que conocí, las historias que me compartieron… todo eso fue nutriendo y enriqueciendo el material. Así nació esta obra.

—¿Cómo viviste el primer estreno, la primera vez que este material subió a escena?
Fue muy fuerte. Te diría que lloré casi toda la función. Por todo.
Montar una obra en el circuito independiente es una tarea titánica: implica esfuerzo, perseverancia, sostener el deseo a lo largo del tiempo. El proceso duró casi un año y medio, y en el medio hubo que coordinar agendas, conseguir teatro, aplicar a subsidios. Así que llegar al estreno fue, sinceramente, épico. Por un lado, estaba esa emoción enorme de “lo logramos”.
Y por otro lado, estaba lo personal. Porque en esta obra expongo cosas muy íntimas, muy mías. Al principio me costaba. Las primeras funciones las viví con una mezcla de adrenalina, vértigo, vergüenza y emoción. Encima venía mucha gente cercana: amigos, familia… y sentía que les estaba abriendo la puerta a mis miserias.
Ahora, después de tres temporadas, me siento en la butaca, me divierto y la veo como una obra. Pero al principio me conmovía profundamente.
Y fue muy lindo también ver la respuesta del público, la empatía con el tema, cómo muchas personas se sintieron reflejadas. Eso me sigue emocionando.
—Recién decías algo que me quedó resonando: las primeras funciones son con familia y amigos, pero después empiezan a llegar personas que no conocés. ¿Qué te pasa cuando mirás la sala y está llena de desconocidos, y al mismo tiempo ves que los más cercanos vuelven a verla, una y otra vez?
Es muy fuerte. Gratificante, emocionante. Sentís que vale la pena. Ver gente que no te conoce, que se ríe, que se emociona con lo que hiciste… te juro que es como tocar el cielo con las manos.
El otro día, por ejemplo, una chica terminó la función llorando, se puso a chapar con el novio y después vino a abrazarme. No la conocía. Y fue hermoso. Nos ha pasado muchas veces: parejas que se acercan al escenario, miran la escenografía, se abrazan, lloran, se besan.
Y ahí entendés que la obra realmente llega, que genera algo. Que no se queda en el texto, sino que se transmite con el cuerpo, con la energía, con lo que está en juego ahí arriba. Es muy físico, y eso conecta de una forma muy particular con lo que el otro está viviendo.
A mí me interesaba mucho eso: mostrar la contradicción de la maternidad y la paternidad. Porque están las dos cosas todo el tiempo. Convivís con el agotamiento, el estrés, la falta de sueño… y al mismo tiempo con un amor inmenso, con momentos de plenitud. Todo junto. Y es un montón.
Yo no sabía que iba a ser así. A mí me partió la cabeza, sobre todo esa primera etapa. Es una bisagra. Pasás de ser dos en una casa a ser tres. Y tenés a tu cargo un bebé, que es lo más importante del mundo para vos, que depende completamente de vos. Y ahí aparecen los miedos, las inseguridades, incluso lo ridículo.
Y reírse de eso, para mí, es una forma de sanarlo. Leí una vez a una madre que decía que tenía miedo de que se le cayera el techo encima y aplastara al bebé. Suena ilógico. Pero cuando estás en ese nivel de vulnerabilidad, lo sentís posible.
Después lo podés contar y reírte, pero en el momento estás ahí, en ese estado tan frágil, donde todo parece un riesgo. Y poder convertir eso en teatro, en humor, y compartirlo con otros… es una forma de volver más habitable esa locura.
—Hay una escena que es muy divertida y muy potente a la vez: cuando ella convierte el baño en su oficina. Está trabajando desde ahí, gira para todos lados, atiende al bebé, resuelve cosas del trabajo, coordina todo a la vez. Es como una mujer orquesta, una Wonder Woman de la vida cotidiana. ¿Qué te pasa con ese momento?
Esa escena es muy representativa de algo que vivimos muchas. Esa multifunción, ese multitasking extremo que se disparó sobre todo con la pandemia. A mí me pasó tal cual: estar trabajando con el bebé en la teta, tratando de sostener mis espacios personales, mis proyectos, el trabajo en equipo… todo. Pero con un nivel de estrés altísimo.
El costo es muy grande. Hay mujeres que durante el puerperio sueltan todo, se toman licencias, se bajan. Yo no pude. Tenía ganas de seguir generando, de escribir, de producir. Pero las condiciones eran esas: la teta chorreando, el bebé llorando y vos fingiendo demencia frente a la pantalla, como si estuvieras entera, como si pudieras con todo.
Y no, no podés con todo. Dormís mal, estás agotada, y cada reunión o llamada implica una logística tremenda. Ya no manejás tu agenda. Tenés que coordinar con tu mamá, tu papá, tu pareja, con quien sea. Todo implica pedir ayuda.
Eso lo quisimos exagerar en la escena: ella en medio de una videollamada habla con la madre, con el novio, con la psicóloga… está pidiendo auxilio a todas las voces posibles. Es desopilante, pero también muy real.
Débora lo hace genial. Esa mezcla de desesperación, ternura y humor está muy bien lograda. Y creo que muchas se sienten reflejadas ahí.
—¿Cómo decidiste que la obra no fuera solo texto, que también tuviera cuerpo, movimiento, música? ¿En qué momento surgió esa idea?
Eso nació directamente de lo que me pasaba a mí durante el puerperio. No tenía idea de la entrega física que implicaba la maternidad hasta que la viví. El cuerpo está completamente atravesado por la experiencia: desde la gestación hasta la teta, los dolores, los cambios, los malabares que hacés para sobrevivir.
Recuerdo estar dándole la teta con una mano, cocinando con la otra, tratando de no despertarlo mientras me iba deslizando como una ninja: primero un brazo, después una pierna… todo en silencio, todo en posiciones imposibles, todo con tal de que no se despierte el bebé.
Y ahí empecé a imaginar. Sentía que la obra también tenía que contarse desde el cuerpo. Porque hay un lugar adonde las palabras no llegan. Y en cambio sí llegan el cuerpo, la música, los gestos. Esas capas permiten que el espectador construya su propio relato, que complete lo que no se dice.
Me interesaba justamente eso: que la obra no explique todo. Que proponga imágenes poéticas que inviten a sentir, a interpretar, a recordar. Que genere algo íntimo en quien la ve. Y por eso, la búsqueda fue por ahí: sumar lo físico, lo sensorial, lo que no necesita ser dicho para ser entendido.

—¿Qué te pasa como espectadora? Si lográs correrte un poco del rol de autora y directora, si podés olvidarte por un momento de que sabés todo lo que va a pasar… ¿hay alguna escena que te siga divirtiendo genuinamente?
Sí, la escena de los celos me divierte muchísimo. Me encanta ese momento en el que ella empieza a contar todas sus miserias internas, toda su neurosis, mientras él está completamente metido en una serie y ni se entera de lo que está pasando al lado. Me río siempre, es una escena muy graciosa pero también muy verdadera.
También disfruto mucho la escena del Zoom. No hay función en la que no me ría. Tiene un ritmo desopilante, es caótica pero precisa. Y la escena de la noche también, esa es muy ridícula, pero en el mejor sentido: es absurda y real al mismo tiempo. Creo que esas tres —los celos, el Zoom y la noche— son las que más me divierten, incluso después de verlas una y otra vez.
Porque sí, son ridículas… pero también son reales. Todo eso pasó. O pasa. No hace falta inventar nada: la vida ya es suficientemente desquiciada como para solo transcribirla.
—¿Cómo viviste esta experiencia de dirigir la obra en equipo, acompañada? Porque no estás sola con tu texto, sino que la dirección también fue compartida.
Sí, somos tres directores: Santiago Swi, Flor Micha y yo. Es la primera vez que me sumo al equipo de dirección de una obra mía. Siempre había hecho la dramaturgia, la producción… pero en esta sentí que quería estar también en el proceso creativo desde ese lugar. Ya desde que empecé a escribirla tenía muy claro el cruce de lenguajes, cómo quería que se contara, entonces necesitaba involucrarme más.
Pero nunca había dirigido, y al ser una obra tan física, sentí que necesitábamos sí o sí a alguien que pudiera abordar esa parte. Por eso la convoqué a Flor Micha. Yo había visto Consagrada, que me encantó, y además Flor también estaba atravesando su propio puerperio, así que conectó enseguida con el material.
Y Santiago Swi ya había dirigido dos obras mías. Me encanta el código de humor que maneja, su forma de trabajar la dirección de actores. Nos entendemos muy bien.
Fuimos encontrando la dinámica durante los ensayos. Obviamente, a veces no estábamos de acuerdo, y ahí había que ceder. Por ejemplo, cuando se trataba del cuerpo, Flor tenía la última palabra. Si era algo más actoral o de tono, lo definía Santi. Y yo iba mirando el todo, la estructura general, como una visión panorámica.
No sé si te respondí la pregunta (ríe), pero fue un proceso súper placentero.
También está eso de adaptarse a los recursos reales del teatro, a lo que tenés a mano. Hay cosas que nos hubiera encantado sumar y por ahora no pudimos, pero la obra sigue creciendo. Así que tal vez más adelante se pueda seguir incorporando material.
—La obra está todo el tiempo en movimiento y crecimiento. Y para no dejarlo afuera, porque hablamos mucho de ella: ¿qué te pasa con el personaje que interpreta Martín? ¿Qué es lo que más te gusta, te divierte o te emociona de su actuación?
Martín está bárbaro. Estamos muy felices con su trabajo. Nos costó bastante encontrar al personaje masculino porque la idea no era ubicarlo en el lugar del “culpable” de lo que le pasa a ella. No queríamos que se leyera como: “bueno, ella está así porque él no está presente, se va a trabajar y listo”. No iba por ahí.
Queríamos que también se pueda empatizar con el varón. Que se entienda que él también está atravesando su propio puerperio, con una licencia de paternidad que dura dos días y después tiene que volver a la rutina laboral. Entonces necesitábamos a alguien que tuviera esa sensibilidad, pero también que pudiera manejar el humor, que se banque la comedia y que además tenga disponibilidad física.
Nos costó un montón hasta que apareció Martín, y la verdad es que estamos felices, sobre todo por la química que tiene con Debo. Hay escenas donde se lo ve más sensible —al final, sobre todo, en ese tono de reencuentro— y a mí me encanta esa mezcla que logra entre sensibilidad y humor. Está siempre muy presente, muy lúdico, muy vivo.
Y el rol del varón también es importante en la obra. Mucha gente nos dice eso: “Pensé que venía a ver una obra sobre mamis, y también hay un padre”. Porque al final, la verdad, es que es la historia de una pareja. Más allá de que yo la escribí desde mi experiencia como madre y como mujer, lo que se cuenta es el recorrido de una pareja atravesando este momento tan bizarro de la vida.
Hay algo muy interesante en cómo eso también interpela a los espectadores: qué pasa con los padres, qué pasa con los vínculos, con los silencios, con las expectativas que tenemos sobre los demás.
—¿Cómo vivís la devolución del público?
Con mucha emoción. Me encanta ir a todas las funciones y quedarme después en la salida a charlar con la gente. Siempre aparece algún comentario que me sorprende, algo que quizá ni había notado que la obra podía generar.
Hay muchas parejas que eligen venir como su primera salida después de parir. Se los ve ahí, como noviecitos otra vez, reencontrándose en una merienda, en un plan juntos, viendo teatro. Y eso me da mucha satisfacción: poder generar ese momento, ese espacio compartido.
También hay muchas mujeres que nos dicen: “Me siento menos sola”, o “Pensé que era la única a la que le pasaban estas cosas”. Eso es hermoso. Sentir que la obra puede acompañar, que tiene una dimensión social, que habilita a hablar de algo que recién ahora empieza a visibilizarse… pero no desde el teatro.
Entonces, me da mucha alegría hacer este aporte desde una obra con una propuesta estética cuidada, con un elenco hermoso y comprometido, y con una mirada de calidad sobre un tema tan vital. Es una satisfacción enorme. Y también una fuerza para seguir, para sostener el trabajo.
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