«Militamos la esquina»: Leticia Coronel y el latido generacional de Ojos Látigo

Leticia Coronel escribió y dirigió Ojos Látigo, una obra que puede verse los domingos a las 18 h en el Teatro El Extranjero. Desde El Walkman charlamos con ella sobre este proyecto tan personal como colectivo, que nace del recuerdo de Juanjo, el mejor amigo de su hermano, y se expande hacia una generación entera que creció entre veredas, esquinas, almacenes familiares y tardes de club. En un presente saturado de pantallas y encierros, la obra recupera con ternura y crudeza el pulso de la amistad real, esa que se tejía sin filtros ni stories, con códigos simples, tiempo compartido y el cuerpo presente. “Militamos la esquina”, dice Leticia. Y no es solo una frase: Ojos Látigo es, en sí misma, una barricada afectiva contra el olvido, una celebración del lazo social como forma de resistencia.

Por Jesica Miguel


Si tuvieras que definirme «Ojos látigo» ¿Cómo me describirías la obra?

«Ojos Látigo», además de ser un homenaje al mejor amigo de mi hermano, es una obra que pone en escena algo que pertenece a una generación. Yo soy del ’87, una época marcada por las amistades de vereda, de barrio, de esquina; vínculos simples, espontáneos, auténticos. Mi mamá y mi papá tenían un almacén al lado de casa y nos pasábamos todo el día en la calle. Estar con amigos y amigas, pasar el día juntos, divertirnos: todo eso era parte de una forma de vivir.

Había una presencia real del lazo social, porque relacionarse hacía bien. Era simple: estar con otros, sin pretensiones, sin estar mirando para otro lado. El tiempo se compartía, y eso era suficiente. En ese compartir aparecían el deporte, los gustos, las preferencias, el territorio, la identidad. Había algo muy esencial en todo eso: la identidad nacía de lo cotidiano.

Hoy, cuando lo veo en contraste con mi hija de catorce años, me doy cuenta de que su generación no tiene eso. No está la calle, no está la esquina, no está la vereda. Ese recoveco social, ese espacio de encuentro, se perdió.

Entonces la obra, además de ser un hecho vivo, también es un recordatorio: antes se podía pasar el tiempo de otra manera. Y en ese estar juntos, nacían grandes amistades.


Leticia Coronel – Ph Mathias Percat.

Respecto a la dinámica de la obra ¿Cómo se fue construyendo la misma?

-Respecto a la dinámica de la obra, estuvimos un año ensayándola. Mi primer objetivo era que el espíritu de la amistad entre los actores no fuera solo una representación de la amistad, sino que realmente se llevaran bien entre ellos, que se vincularan de verdad. Quería que encararan la obra desde ese lugar: compartiendo tiempo real, bancándose, construyendo ese lazo, y recién desde ahí trabajar la actuación, la poética, todo lo demás. Para mí lo más difícil, y a la vez lo más importante, era lograr ver a cuatro personas reales ocupando un tiempo juntas. Estando.

Por eso ensayamos mucho en la calle. Había algo en ese espacio que permitía que las máscaras de la ficción se cayeran un poco. La calle trae una horizontalidad: los accidentes, el devenir, lo inesperado. Que alguien pase, mire, se ría, les grite «¡chicos, qué hacen ahí!», eso también era parte del ensayo. Ese acontecimiento puro, ese contacto con lo vivo. Entonces, la actuación tenía que estar en sintonía con eso: con lo real, con lo que pasaba en la calle. Y eso nos ayudó muchísimo para que los actores no perdieran su propia humanidad, esa que ya traen consigo.

En definitiva, podría decir que la dinámica de trabajo estuvo muy centrada en eso: en poner en juego y hacer convivir la humanidad de cada uno de los actores.


En escena: Julián Vila Graca, Mathias Percat, Matías Coronel y Vicente Pérez Ph: Ludmila Chernomoretz

-Sobre el proceso de selección del elenco ¿Cómo se fue dando? ¿Cómo es la dinámica en cada función?

Sobre el proceso de selección del elenco, con Julián ya había trabajado antes. Matías Coronel es mi hermano, y quería que estuviera porque él tiene un vínculo directo con el hecho real, conoce personalmente a Juanjo, el amigo al que está dedicada la obra. Entonces, ¿quién mejor que él?

Con Mat también ya habíamos trabajado, y para mí tenía que estar. Lo mismo con Vicente: fue más intuitivo. En general, cuando elijo a alguien, es por una intuición muy fuerte. Después, si me preguntás cómo fue ese proceso, muchas veces no me acuerdo exactamente. Solo sé que, en ese momento, sentí con certeza que esa persona tenía que ocupar ese rol.

Y después, la dinámica en cada función, se respetó lo que pasaba en cada uno de los ensayos. En la primera hora de los ensayos tenían que estar como hablando, jugando y el ensayo siempre empezaba una hora más tarde porqué había algo de lo social de ellos que llevaba un tiempo, en llegar, contarse cosas, boludear, hacer chistes, algo «del pibe, del varón» que lo mismo pasa en las funciones. Entonces entendí que había algo de lo social como entrada en calor que no lo tenía que perder, que tenía que ser muy paciente con ese timing que ellos necesitan para llegar al teatro, para contarse sus cosas, para entrar en sintonía; muy en el registro de eso, de la confianza y de la templanza de llevarse bien. Yo creo que la clave de ellos de llevarse bien es después que transmitan lo que transmiten en el escenario.


¿Cuál es ese momento dentro de la obra que decís «estoy en casa, es por acá «?

-Realmente esa sensación me atraviesa durante toda la obra, desde que empieza hasta que termina. Cuidé mucho el proceso de ensayo: fui muy respetuosa con el tema, con la emoción, con lo que les pasaba a los chicos y con lo que me pasaba a mí. Fue una obra muy difícil en el sentido de que tuve que ir paso a paso. Sentía que si me apuraba, si forzaba algo tan en carne viva, me podía asustar. Entonces me propuse ser muy paciente, muy prudente. Todo el tiempo busqué conectar con eso que sentía en mi infancia, en mi adolescencia: el estar a salvo entre amigos, el calor de las calles de Ciudad Evita, lo simple y salvaje de vivir en provincia, el juego, el deporte, el “está todo bien”. Quería que ese bienestar del lazo social estuviera presente en cada escena.

Y lo está. Cada vez que veo la obra siento que vuelvo a vivir momentos que ya viví. Me recuerda a personas, a escenas de mi vida. El pasado está muy vivo en esta obra. Y si hay algo que me conmueve especialmente es la música. Hay un estado musical, como ese sueño de banda que muchos teníamos: ir a ensayar con amigos, tocar covers, que te vengan a ver. Esa idea de juntarse, de “ranchear”, era muy de esa época. Cuando veo la función, no estoy desconectada: estoy sintiendo y viviendo al mismo tiempo. Hay algo del presente, del estar ocurriendo ahora, que se parece mucho a cómo era la vida antes, cuando no teníamos celular y simplemente estábamos.

Ese lugar más primario de los sueños, cuando sos chico y todo lo que tiene que ver con el porvenir se imagina con ilusión, esa inocencia, esa ternura de soñar juntos, me hace sentir en casa.


¿Tenés alguna anécdota que te haya quedado?

Tengo varias anécdotas, pero hay una que me gusta mucho: cuando empezamos los ensayos, en el primer encuentro les pregunté a cada uno qué era lo que querían hacer, qué les daban ganas. Y con el paso del tiempo, todo lo que me respondieron se fue cumpliendo. Eso que soñaron, lo están haciendo hoy en la obra, de una forma casi mágica. Yo también trabajé para que sucediera, claro, pero hay algo de química, de sincronicidad, que me emociona mucho. Como si la obra también tuviera algo metafísico.

Hay otras anécdotas muy nuestras, como esa vez que estábamos ensayando en un lugar que, por alguna razón energética, parecía no acompañar: se cortó la luz en plena jornada. Entonces, bueno, uno empieza a leer esas señales. La obra tiene de eso también, de intuición y presentimiento.

Entre risas, Leticia también recuerda un ensayo fuera de lo común: “Un día fuimos todos hasta Ciudad Evita. La idea era que pudieran conocer las calles, el lugar del que tanto hablé durante el proceso”. El encuentro terminó con una juntada en su casa, comiendo choripán. “Quería que pudieran sentir esa alegría y esa sensación de hogar, de mi lugar en el mundo. Y creo que se sintió. Esa energía está en la obra”.


Respecto al público ¿Cómo se fue dando la respuesta?

-El público, yo diría que era una gran incógnita, no podía imaginarme porque estaba muy asustada, porque es una obra que la verdad que es una emoción muy directa con mi vida personal. Entonces, no podía imaginarme mucho de lo que iba a decir el público ni siquiera como fantasía y realmente la respuesta del público fue con un nivel de conmoción muy alto. Me han llegado historias parecidas, que la obra les recuerda, que les trae a muchos amigos, como que hay algo que toca la memoria y la amistad o de los duelos, de alguna manera, muy a flor de piel; que no me esperaba que la obra toque de manera tan directa porque a veces cuando trabajás con materiales tan personales si bien el tratamiento es a lo universal uno se queda con la historia de uno. Y cuando me llegaron historias parecidas o hablando de este tema, que muchas historias la perdida de un amigo o asesinado por la policía, la perdida de un amigo joven muy querido por el barrio, después esa entidad queda ausente apagada. Me han llegado testimonios, pero un montón de testimonios agradeciéndome porque hacia revivir a muchos muertos, que iba a la memoria de muchos amigos, que me agradecían por eso, que la obra no eso es solo Juanjo sino que la gente me ha dicho «ví a mi amigo acá, está mi amigo. Y no sabía que mi amigo podía vivir devuelta en una obra teatral», así que esa es para mí a mejor respuesta del público que puede haber.

Por último alguna palabra que quieras dejar como mensaje o si queres decime ¿Por qué hay que ir a verlos los domingos a las 18 en El extranjero?

Estamos los domingos a las seis de la tarde en el Teatro El Extranjero, y la verdad es que a mí me encantaría que vengan todos, todas. Primero, porque cuando una hace una obra de teatro le pone tanto trabajo, tanto amor, que el acto de compartirla con el público se vuelve algo precioso, maravilloso. Ahí es cuando se completa todo el sentido de lo que hacemos.

Pero más allá de eso, siento que esta es una obra que hoy, en el presente que estamos viviendo, hay que ver. Porque toca de lleno el tema del lazo social, de la juventud, de esa etapa de la vida donde los vínculos son todo. Y siento que estamos atravesando una gran crisis —política, social, emocional— respecto de eso: de los vínculos, de las primeras amistades, de las primeras conversaciones que nos marcan, donde uno empieza a hacerse grande, a preguntarse por la adultez, la vida, los sueños, los miedos.

Entonces, esta obra viene a plantear ese interrogante: ¿dónde está ese espacio? ¿qué es vivir? O quizás ni siquiera busca responderlo, apenas se limita a hacer que lo sientas. Porque hoy el celular y la hiperconexión matan todo tipo de espacio poético, de ilusión, de ensoñación. En ese sentido, la obra es vintage, sí, pero sobre todo es una militancia de la esquina. Una defensa de ese abismo compartido con otros, ese estar juntos sin tener que demostrarle nada a nadie.


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