Hay películas que se filman para entretener y hay otras que, además, nacen para dejar conversación en la mesa de café. Gatillero, el nuevo largometraje de Cris Tapia Marchiori, hace las dos cosas: agarra el vértigo de la acción y lo ancla en una historia que sangra realismo. No hay efectos digitales que tapen la pobreza estructural, ni coreografías limpias para endulzar el barro. Hay una cámara que corre al ritmo de los cuerpos y un protagonista —interpretado por Sergio Podeley— que lleva la marca del antihéroe, ese que busca una revancha tarde, cuando ya no hay nada garantizado.
Charlamos con Cris un rato antes de que vuelva a presentar la función (sí, presenta las funciones, habla con el público, regala remeras, escucha devoluciones y después se va a cenar con su equipo). En esta entrevista, el director cuenta cómo nació Gatillero, cómo fue escribirla pensando en un plano secuencia imposible —pero logrado—, por qué eligió contar la historia desde el barrio, y qué significa filmar sabiendo que no hay red, ni presupuesto millonario, ni margen de error. Una conversación de las que no sobran.
–Lo primero que me gustaría preguntarte es: ¿cómo nació la idea de esta película? ¿En qué momento dijiste “quiero contar esta historia”? ¿Cuál fue el primer personaje que te vino a la cabeza?
-Mirá, el germen de la peli tiene varias columnas. Una es que hace tiempo venía filmando cosas con Sergio, y siempre quisimos hacer algo juntos. En un momento, yo tenía muchas ganas de hacer algo de acción con él. Esta es, de hecho, la segunda peli que escribí pensando en él. Me gustaba la idea de poder filmar algo distinto, en lo que yo corra atrás de Sergio con la cámara, y él vaya al palo. Quería una película así, súper de acción y difícil de hacer, como las que me gustan a mí. Porque a mí me gusta ver ese tipo de películas, las que te hacen pensar: “¡Qué difícil debe haber sido hacer esto!” Es como que te queda esa medallita.
Ahí empezó a aparecer la cuestión del plano secuencia. Después eso siguió madurando. Empecé a estudiar cómo se podía filmar una peli entera en plano secuencia. Tuve que hacer un laburo de análisis: estudiar películas que usan ese recurso, ver cómo podríamos hacerlo nosotros acá en Argentina, sin los aparatos ni la tecnología que tienen en otros países con una industria cinematográfica de clase A, como Estados Unidos.
En esa exploración empecé a hablar con mi productor. Y cuando entendimos que íbamos a hacerla en plano secuencia, también entendimos algo clave: que el plano secuencia no se tenía que “comer” la película. Que la peli tenía que ser buena como relato en sí mismo, más allá de si estaba narrada o no en plano secuencia.
El plano secuencia como un atractivo más, sí, pero con una buena historia de base. Que si vos decís “la peli está hecha en plano secuencia”, bueno, también puedas decir “la peli está buena igual”, ¿me explico?
Y en otro carril —esto ya es algo más mío—, yo no quería que fuera una película a la que hubiera que perdonarle cosas solo porque está hecha en plano secuencia. ¿Viste ese “bueno, está bien, le perdonamos esto porque es plano secuencia”? No. Yo quería que la peli se la banque. Que nosotros también nos la banquemos. Y pensar cómo hacerla para que funcione.
Trabajamos muchísimo con Clara Ambrosoni, mi co-guionista. Logramos un guión que captura bien esta esencia de acción real en tiempo real, que era algo que yo tenía muy presente mientras escribíamos la película.
Después hay otra columna importante que tiene que ver con ¿de qué queremos hablar en la película? Porque, a la hora de hacer una peli, uno opina. Trae temas a la mesa. Y ahí yo quería hablar de la vida en el barrio, con los narcos. De los vecinos y los narcos. Me parece una problemática súper vigente y que está bueno traer a la mesa. Creo que hay instituciones, y que el Estado debería tratar de estar un poco más presente. Y no lo está haciendo.
Entonces dije: “Voy a traer este debate a la mesa”. Porque la película tiene que ser eso también: algo que deje conversación para la mesa de café después de la función. Si no, bueno, qué sé yo… son tiros por tiros. Y a mí no me gustan las pelis de tiros por tiros, la verdad.
Después hay algo que me tocó muy fuerte. Un gran amigo mío, que ya no está en este plano, llegó a vivir en la calle. Terminó fumando Paco. Cada tanto me lo encontraba por Capital, por donde él vivía —cerca del Alto Palermo, en la calle— y cuando nos cruzábamos, charlábamos mucho. Siempre hablábamos de eso: de la cantidad de veces que se le presentaron segundas oportunidades, y de cómo las fue dejando pasar.
Entonces pensé que era interesante hablar de eso: de la oportunidad de reivindicación. De la oportunidad que a veces tienen los antihéroes, que son los personajes que más me gustan por toda la trama de conflicto interno que cargan. Porque ya son un conflicto ellos, por ser antihéroes. Me gustaba la idea de contar la historia desde ese lugar: un antihéroe al que se le presenta una oportunidad de reivindicarse. Y bueno… habrá que ver la película para entender si se reivindica o no. Pero esa idea me entusiasmaba mucho. Y por último, claro, a mí me encantan los personajes de barrio. Me gusta ponerles el micrófono a ellos cuando hago cine. Así que con eso se terminó de armar todo.

—Hay algo que decías al principio: que escribiste la película con Sergio pensado como un personaje, como El Galgo. Y dentro del reparto, dentro de los actores y actrices que conforman esta historia, ¿hubo algún otro caso en el que dijiste: “ok, este papel es para…”? ¿O los intérpretes se fueron adaptando al personaje?
—Mirá, sí. Porque la peli tiene un montón de actores y actrices que han sido —y son— amigos míos. Otro que estuvo desde siempre fue Matías Desiderio. Y también está Gabriel Dieb, que es un amigo mío y muy buen actor. Él me acompaña acá y está en el bando de los malos.
Hay varios, la verdad. Pero, por ejemplo, alguien que yo no tenía en mente fue Ramiro Blas. No porque no lo conociera ni porque no lo admirara como actor —porque me parece un actorazo—, y ahora que lo conocí, además, puedo decir que es una gran persona. Sino porque había una situación de distancia: él está viviendo en Europa.
Pero mi directora de casting, Eugenia Levin, tiró su nombre. Pablo Udenio y Mariana Flores, de Dukkah, dijeron: “Puede ser un gran plan”. Y ahí fuimos con él. Ramiro leyó el guión y le fascinó, la verdad. Él resultó ser fanático de las películas en plano secuencia. Eso les pasó a muchos actores: les gustaba la propuesta del plano secuencia. Había una cierta seducción por la dificultad.
Pero también, lo que les pasó a todos fue que les gustó mucho el libro. Es un guión que va al palo. Y la verdad, eso hizo que todos agarraran enseguida.

—Siempre se dice que uno escribe una película, filma una distinta y estrena una diferente. Siguiendo este razonamiento, ¿qué tanto se parece lo que escribiste a la película estrenada?
—Está muy buena la pregunta. Y tiene una trampita, porque esta es una película —a diferencia de otras— que tiene muchísima planificación. Entonces, la brecha entre lo que uno escribe y lo que uno estrena no es muy grande.
La película es muy distinta, sí, porque yo la escribía y la imaginaba en otros lugares, con otros colores y de otra forma. Esa fue la versión del guión con la cual inicié la preproducción. Pero una vez que la preproducción arrancó, ubiqué el guión en el mapa: lo puse en Isla Maciel. Hice un trabajo de scouting de dos o tres meses. Y una vez que coloqué el guión ahí, ya la película que se estrenó es exactamente la misma que la que escautié en ese momento. Porque ahí ya no hay margen.
Después, claro, la película fue creciendo en la postpro de sonido, fue creciendo en la postpro de color. Pero yo ya sabía que en todos esos rubros iba a crecer para tal y cual lado. Esto también tiene que ver con que soy un director muy trabajador, muy ordenado. Tengo todo muy sabido. No me gusta la improvisación. Me gusta, sí, pero no para filmar, la verdad. Llego con todo muy preparado y soy muy preciso a la hora de ir a buscar lo que entiendo que necesita la película.
Entonces, ahí sí es cierto que no aplica esa frase. Porque estaba todo muy ordenado. De hecho, yo la película la filmé entera como maqueta con mi celular, en los mismos escenarios. Y es muy loco, porque cuando uno la ve, es la misma. Es tremendo.
— Y si te pregunto por una escena, una secuencia que a vos te guste especialmente… Intentemos sin spoiler: como espectador, si te sentás a ver la película, ¿cuál decís “esta es la que más me gusta”?
—Mirá, me gustan las escenas en las que hice algunas locuras divertidas con la cámara. Me quedé con ganas de hacer muchas más, que ya las tengo pensadas, pero no las pude hacer todavía.
Hay una linda persecución en la que a él lo siguen, se acerca a una esquina, y luego lo persigue un auto. La cámara arranca con él, luego sube al auto, vivimos la persecución desde adentro del auto. Le tiran tiros, la cámara sigue dentro del auto, el auto hace un giro en U, le siguen tirando, el auto lo sigue buscando, frena, bajamos la cámara del auto… y ahí, después, vamos a encontrarlo a él que sigue corriendo por los pasillos.
Esa es de mis preferidas. Porque hice muchas cosas divertidas con la cámara, metí tiros, metí movimientos de autos, y se genera un lindo vértigo. Es una escena que genera un lindo vértigo.
—Hay algo que vos estás haciendo —y también los chicos del elenco— que es presentar las funciones y dialogar un poquito con el público al final de la película. ¿Cómo estás viviendo eso, que parece pertenecer a un cine que ya no se hace tanto, esta cosa de decir: “vengan a tal función, que ahí estamos los que la hicimos”?
—Está linda la pregunta. Además, en esas funciones le regalamos remeras de la película a la gente.
Nosotros entendemos que estas acciones que estamos haciendo son importantes para que Gatillero se mantenga en cartelera. Primero, porque es importantísimo: la gente tiene un poder increíble. Y con esta película está pasando algo muy lindo: realmente les gusta mucho. Entonces la recomiendan un montón, la suben a sus estados de WhatsApp, la recomiendan en persona, en sus grupos… y eso termina haciendo que venga más gente al cine.
Recién estuvimos en una sala llena, y la función de esta noche ya está vendida al 80%. Eso es buenísimo.
En Capital estamos en el Cine Lorca, y también todas las funciones ahí tuvieron mucho público. Entonces, siento que está muy bien de nuestra parte —y que se lo debemos a este público tan fiel— el acercarnos a las salas, darles la mano, saludarlos, agradecerles por haber comprado una entrada al cine argentino, que eso es importantísimo. Agradecerles por recomendar. Pedirles que recomienden.
Nos sacamos fotos, recibimos su devolución. La verdad es que eso es re lindo. Ahora, por ejemplo, estamos acá esperando para charlar con la gente a la salida. Y la verdad es muy precioso. Yo ya lo había hecho con mi ópera prima y ahora estoy muy feliz de volver a hacerlo.
Además, Gatillero tiene algo muy bonito: y es que el equipo técnico, la gente que trabajó en la peli, se volvió un grupo de amigos. Algunos lo éramos, otros no nos conocíamos antes de filmar.
Pero como trabajamos tanto, y ensayamos tanto, se armó una camaradería enorme entre actores, actrices, equipo técnico. Y ahora somos un grupo de amigos.
Eso me parece que tiene un perfume a familia, a amistad, a vínculo directo con el público, que me resulta precioso. Y que nos está haciendo muy bien: a nosotros, a la gente y a la película.
—Para quien lea esta nota y tiene ganas de empezar en el mundo del cine, así como vos en la proyección del DAC contaste un poquito de tu comienzo, ¿Qué le dirías a esa gente que nos está leyendo, que tiene la inquietud pero todavía está en duda?
—Mirá, en ese sentido, lo que yo tengo para decirle a los aspirantes y a las aspirantes a directores y directoras de cine es: prepárense, porque no es fácil.
Es una carrera en la que se trabaja muchísimo. Y no parás nunca. Pero hay algo en el fuego, viste. Si te pica el bichito… Mirá, te voy a citar a Confucio, filósofo oriental del 540 y pico antes de Cristo. Él decía: “Conocer lo correcto y no hacerlo, es cobardía”. En esa época, “lo correcto” se entendía como “lo que hay que hacer” y “cobardía” era de lo peor que se le podía decir a alguien.
Entonces, yo te lo traigo a hoy: saber lo que querés hacer y no animarte a hacerlo es lo peor que te podés hacer. Para mí, hay que saltar. Después verás qué onda. Hay que salir. Y después verás qué semáforo está en verde y cuál está en rojo. Pero hay que salir. No hay otra manera. Yo prefiero morir intentando hacer lo que quiero hacer que fingir ser otra cosa. Porque eso es lo peor que te podés hacer.
Hay una cuota de felicidad enorme en hacer todos los días lo que te gusta. Y si vos sabías qué era lo que te gustaba y no lo intentaste… nunca te vas a sacar el sabor amargo de preguntarte “¿qué hubiese sido si lo hubiera intentado?”.
Así que, nada: a fondo, fuerte y al medio. Para mí no hay que quedarse en la duda. Y después, si probás y no te gusta, o no es para vos, te dedicás a otra cosa. Pero al menos te sacaste la duda.
Y si te gusta, ahí sí: arriba. Y va a haber que pelearla, como con cualquier carrera. Porque no existe la carrera fácil para nadie.
Pero tu lugar va a llegar. Porque en algún lugar, hay un lugar esperándote. En algún destino, hay un spot reservado para vos. Hay que salir a buscarlo. Nada más.
Si llegaste hasta acá, bancás el cine que no se arrodilla. En El Walkman hablamos de esas obras que no aparecen en los rankings, pero que te dejan pensando toda la semana. Si querés que te lleguen entrevistas, reseñas y hallazgos como este, dejá tu mail y seguí caminando con nosotros.









